11.10.08

Concierto 'live'



Siempre me han horrorizado los conciertos 'live' porque suelen ser una manifestación de histeria colectiva especialmente de 'teen agers' Además me horroriza encontrarme en medio de una multitud incontrolada sea cual sea la razón de su reunión. Me siento como atrapado en una trampa sin salida. Por eso nunca he ido a uno de esos conciertos que en mi juventud se iniciaron con los Beatels.

Por esas casualidades de la vida durante una visita de trabajo a Londres mi taxi se quedó atrapado en Picadilly Circus por una de esas masas histéricas que se había apelotonado frente a un teatro para poder ver a los Beatels. Por la noche, ya en el hotel, la BBC ofreció las imágenes de los desmayos de las jóvenes féminas que habían ido a admirar a su melenudos ídolos. Por todos lados te veías acosado por la música estridente de las gitarras eléctricas de aquellos 'héroes' a cuyo sonido he tardado años en acostumbrarme. Creo que entonces triunfaron sobre todo por su excelente campaña de marketing. El que hoy día aún sean famosos creo que se debe a que han resultado ser unos excelentes compositores.

Pues bien, en el otoño de mi vida, mi mujer me sorprendió hace unos días con dos entradas para asistir a un concierto del holandes de origen italiano Marco Borsato. Lugar, el Gelerdome de la ciudad de Arnhem, un campo de futbol moderno con techo de abre y cierra y la posibilidad de albergar actos mltitudinarios de todo tipo. Aforo: 30.000 personas. Pensé que le hacía ilusión por aquello de que por unas horas se sentiría trasladada a los agradables momentos de su juventud. Luego me enteré que eran obsequio de nuestra compañía de seguros lo que aclaró la ecuación de la crisis económica actual y el superdesarrollado sentido del ahorro de mi media naranja.

Decidimos salir pronto para ir a cenar en Arnhem antes del concierto previsto para las 20 horas. Internet nos dió las coordenadas para el viaje y a las cinco menos cuarto entrábamos en el recinto de la ciudad. Unos carteles enormes e inequívocos nos llevaron al lugar adecuado para aparcar -al borde la ciudad- donde tras apoquinar 10 euros unos autobuses que penduleaban hasta el lugar del concierto nos llevaron tras casi media hora de viaje. Fue la primera sensación de haber caido en la trampa. Sin coche y a las afueras de la ciudad no había quien se acercara al centro para cenar en un restaurante. Pero a lo hecho, pecho.

Para un acto que estaba previsto para las 8 de la noche sorprendía el gentío ya presente a las 5 y media de la tarde. Una organización perfecta. Tiendas de campaña con toda clase de comida y bebida. Pago por el sistema de fichas que había que comprar de 5 en 5. Un rápido cáculo descifró que el vaso de agua - lo más barato - costaba 2,50. Otra encerrona. Unas chicas con una especie de alforjas en las que albergaban dos mini impresoras iban haciendo fotografías cuya copia entregaban al acto gratuitamente. Unos servicios públicos a base de cabinas que esperaba encontrar -como de costumbre con el piso inundado de agua (léase pis) y papel higiénico, amen de otras porquerías- resultó limpio e impecable a punto de pasar revista. Chapeau.


Cuando nos cansamos de deambular por el exterior decidimos entrar en el estadio. Como nuestra entrada estaba situada al lado opuesto de donde nos encontrábamos tuvimos que dar una buena caminata. Nuestra sorpresa fue al doblar una de las esquinas ya que nos encontramos ante una explanada enorme en la iban aparcando los autobuses que traían al público de las distintas ciudades del país. Llegamos a contar más de 50. La entrada a base de control electrónico fue perfecta. Incluso la revisión del bolso de mi mujer fue impecable. Faltaría más. No llevaba nada sospechoso ni prohibido.

De 8 a 8 y media la gente seguía entrando mientras una música a máximo decibelio nos iba ensordeciendo. En medio del campo había un entarimado donde se anidaba una especie de disc jokey armado con 12 ordenadores y una cámara de televisión y todos los amplificadores que uno se pueda imaginar y no paraba de mandar imágenes a dos pantallas gigantes y cambiando de música a su antojo. Por fin, con media hora de retraso se inició el concierto.

El estadio quedó a oscuras y de golpe empezaron los relámpagos de laser que nos dejaron ciegos durante más de 5 minutos mientras la orquesta y Marco Borsato atronaban por el espacio. El público rugía sin parar. Por todos lados se veía gente que se había adornado con cintas fosforescentes. Marco Borsato pidió al respetable que utilizaran los telefonos móviles -moderno substituto del numerito del encendedor- para dar más iluminación. Dantesco.


Al cantante solo lo pudimos ver en escasas ocasiones que nos lo proyectaron por las pantallas gigantes. Los altavoces, demasiado potentes distorsionaban sus canciones cuya letra no había forma de poder entender -todas en holandés- y que pudimos seguir gracias a cuatro fans sentadas en la fila detrás nuestro pero que las destrozaban en su tatareo. Y así dos horas sin descanso para el público. El cantante se buscó dos pausas con el truco de hacer cantar a dos invitados famosos contratados para la ocasión.

Mientras os cuento esto estoy escuchando la voz suave y aterciopelada de...
Sinatra, who else.