15.5.06

Disneyland Paris



El fín de semana pasado fuimos con los nietos a Paris inspirados por esta enfermedad conocida como abuelitis. Imaginamos que Disneyland les encantaría. Desde mi infancia tengo enorme aversión por las actividades que reunen a grandes masas y nunca fui de buen grado a las ferias. Pero a los nietos, de 8 y 5 años respectivamente, me consta que les encanta. Así que todo sea por el amor.

El mayor me confesó que no había podido dormir de la excitación por lo que pensé que dormiría los 600 km que habíamos de cubrir en coche. Ni por esas. Mantuvo los ojos abiertos todo el viaje.
El viaje transcurrió sin incidencias y a media tarde nos instalamos en el hotel. El colchón fue aprobado -esencial para los de la tercera edad- y como buenos europeos nos fuimos a cenar pronto. Aquí ya tuvimos ocasión de comprobar que estábamos sumergidos en una masa turística de cientos de comensales. Por suerte era bufet abierto. Para pasar a la mesa había control y, como en las discotecas, te ponían un tanpón en la mano para que pudieras volver a entrar si querías seguir comiendo. Cada día cambiaban de sello no fuera que los abusones se atiborarran gratuitamente sin fin.

El servicio brillaba por su ausencia aunque había preentes muchísimos empleados. Un misterio que no conseguí desvelar. Nos servíamos la comida, dejábamos las bandejas en unos carros para su traslado. Los empleados sólo habían de trasladarlos a la cocina cuando estaban llenos. Todos muy jóvenes y sonrientes lo que me hizo suponer que eran extranjeros o estudiantes que querían ganarse el argent de poche y habían sido instruídos para sonreir según las normas americanas de marketing: el cliente es rey. Por lo demás no les preguntases algo porque no tenían ni idea de nada, eso si, hablaban como mínimo dos o tres idiomas, y siempre sonriendo. Algo es algo. El desayuno habías de concertarlo a una hora determinada ya que si no no cabíamos todos. Al finalizar la hora sonaba un timbre que te recordaba que te habías de ir porque llegaba el turno siguiente. Sólo faltaba uno de esos relojes para marcar la entrada que hay en algunas fábricas.

El primer día, como fuimos pronto, pudimos entrar en el recinto sin necesidad de hacer cola, una de las características de las atracciones masivas. A partir de ahí iniciamos -sin saberlo- una maratón interminable. Cada atracción tenía un cartelito que anunciaba cuanto rato habías de hacer cola para entrar. Las colas estaban organizadas en zig zag por medio de acordonamiento por lo que una vez en ella era una hazaña intentar salirse de ella. Tras unas horas pude comprobar que cuanto más rato estaban en cola menos duraba la atracción.

Disneyland Paris es la versión europea (léase pobre) de la americana. Cuando se abrió en los años 90 del siglo pasado estaba prohibido llevar bebida y comida por lo que esperaban forrarse. Actualmente se han dado cuenta que en Europa esto no es lo mismo que en América y aceptan que te lleves las bebidas. Un tosti de jamón y queso cuesta 6 euros. Estos precios son quizás lo que hace que la gente cada vez consuma menos. A pesar de los millones de visitantes parece ser que están al borde la quiebra. Ya veremos.

Mi impresión personal es que la mayoría de las atracciones son de relleno. Mucho truco para hacerse fotos, animalitos que van repartiendo firmas a los peques que previamente se han tenido que comprar un libro de firmas y su bolígrafo correspondiente y que en cuanto pueden se largan porque se cansan de firmar y tanto crío. Quizás el único fallo que detecté que seguramente no está previsto en el plan de marketing.

A las 4 de la tarde hay un desfile de todos los productos de Disney. Tiene fama y media hora antes todo el público se sienta en la acera del recorrido que esta debidamente acordonado. Tipo falla Valenciana o procesión de semana santa andaluza, según los gustos, van desfilando desde los odiosos Mickey y su Mini, hasta el simpático Dumbo. Muy instructivo ya que te enteras que Mary Poppins también es un producto Disney. Reconozco mi ignorancia.

El segundo día lo dedicamos a la visita del recinto que llaman estudio. Una especie de tranvía abierto nos dió una vuelta por el recinto parando alguna vez para 'vivir' algún truco. Los vagones se tambalean mientras un coche cisterna arde en llamas y de forma inesperada cae un chaparrón de agua que se supone ha de apagar el fuego. Luego todo vuelve a la normalidad como si no hubiera pasado nada.

La siguiente atracción fue la que más le gustó al nieto mayor (y a su padre, y a su padre) Trucos de coches. Hubo persecuciones, incendios, motoristas que entraban en una casa por la ventana, etc. Lo más gracioso fue que a un espectador le dieron un cuadro de mandos para pilotar a distancia un coche. El coche reaccionó exactamente a las órdenes que le iban dando y cuando terminó el coche dió la vuelta y se pudo ver el truco. A un lado del coche había una plataforma con un chófer que era el que en realidad conducía.

Terminamos la visita agotadísimos. Al salir del hotel nos encontramos con el mismísimo Mickey que se dejaba fotografiar con los niños (el hotel trataba de vender la foto por 20 euros...) a modo de broche de oro de la visita. Los adultos nos dirigimos hacia el coche con comentarios del tipo ' hay que haberlo visto una vez en la vida...'

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Leyendo tu delicioso viaje a Disneyland en Paris, llego a la conclusión de que te ha producido en un gran placer que intentas disimular por tu entereza hispánica.

Si piensas repetirlo, no dejes de avisarme. Yo en parecidas condiciones que tú no lo pude realizar porque tenía billetes de regreso a España. ¡Mala suerte!

10:27 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

es muy gracioso tu comentario sobre disney, suenas al tipico viejo amargado con el que no quieres ir a ningun lado por que ya nada lo complace y solo se dedica a criticar...no digo que no tengas razon sobre muchas cosas, pero describir un paseo a disney con los nietos como la critica del mas importante restaurante 5 estrellas o una impresionante obra de teatro es realmente gracioso

3:01 a. m.  

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